Coloquio entre Adoración Guamán, Fernando Luengo y Miren Etxezarreta sobre la historia, retos y desafíos del proyecto europeo, para la revista Papeles de la Fuhem, número 145, El desconcierto europeo, mayo de 2019
Adoración Guamán es doctora en Derecho por las Universidades de Valencia y París X-Nanterre y miembro de Attac. Fernando Luengo es economista y miembro de la Secretaría de Europa de Podemos. Miren Etxezarreta es catedrática jubilada en Economía aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, vinculada a diversos movimientos sociales.
Lucía Vicent y Monica Di Donato (LV y MDD): El origen de la integración europea vino acompañado, al menos enunciativamente, por la defensa de una Europa que avanzaría de manera cohesionada y solidaria hacia un proyecto común. Después de más de seis décadas desde que se fundase la Comunidad Económica Europea, ¿cuáles han sido los avances conseguidos? ¿Cuáles las mayores decepciones?
Adoración Guamán (AG): En los tratados de la UE se incorporan, desde el inicio de las Comunidades Europeas, dos conjuntos de propósitos incompatibles. La finalidad genérica de la promoción de la paz, los valores de la UE y el bienestar de sus pueblos y el establecimiento de un mercado interior y de una unión económica y monetaria: el Euro.
Aun cuando tal incompatibilidad se ha manifestado en su máximo nivel a partir del Tratado de Maastricht de 1992 y muy particularmente con los instrumentos de gobernanza económica desde 2010 la misma ya se plasmaba en la formulación original del Tratado Constitutivo de la Comunidad Económica Europea de 1957: el principal objetivo de la incipiente integración era el desarrollo económico de los Estados miembros y la creación del mercado común. Junto con esta finalidad, la Comunidad Europea se planteó la integración en otros planos, como el social, tan sólo en la medida en que lo exigiera la creación del mencionado mercado. La cesión profunda y paulatinamente ampliada de la soberanía estatal para la consecución de la integración económica ha supuesto una continuada erosión del constitucionalismo social en el plano estatal, hasta el punto de poder afirmarse que la evolución de la Unión Europea ha devenido incompatible con el mantenimiento del Estado social en el ámbito nación.
Se prometió un engranaje que nos llevara a una unión económica que prometía progreso social y evolución hacia la unión política y no se ha conseguido ninguno de los objetivos. El mercado interior trajo desregularización, la unión monetaria trajo pobreza, la imposición de la unión económica (hasta donde llega) ha traído una profunda subversión democrática que ha rozado la intervención de algunos países y la unión política está más rota que nunca. Sin embargo, la Unión ha conseguido otros objetivos, la Unión y su arquitectura jurídico-institucional ha conseguido convertirse en un instrumento perfecto para garantizar la implantación del neoliberalismo, convirtiéndolo en un modelo casi inmutable, independiente o poco amenazado por el color de los gobiernos nacionales de turno. En efecto, y en particular en los últimos años, las decisiones en materia económica tomadas por la UE, pero sin participación del Parlamento Europeo, o bien han sido la vía perfecta para que determinados gobiernos, como el español, adoptaran decisiones anti-sociales “bajo el mandato europeo”, pagando por ellas un coste político cercano a cero; o bien han sido la vía utilizada para limitar la capacidad político/normativa en países como Grecia. En otras palabras, en un buen número de ocasiones la UE y su Consejo fungen como pantalla de las voluntades inconfesables de una parte de los Estados miembros, que se imponen a los otros con estilo ciertamente poco democrático. Siendo así, debemos preguntarnos qué margen de cambio político queda en manos de los legisladores estatales frente a la bulimia competencial de la UE.
Fernando Luengo (FL): En el corazón de la construcción europea y del discurso que la ha legitimado estaban los beneficios derivados de compartir una unión aduanera, primero, un mercado único, después, y una unión económica y monetaria, finalmente. Otra de las ventajas de ese proceso de integración era que las economías más rezagadas –como las del Sur de Europa– estarían en condiciones de cerrar las brechas que las separaban de las más avanzadas. Si medimos el cumplimiento de esos objetivos por el Producto Interior Bruto (PIB) por habitante, podemos decir que, tendencialmente, el de la Unión Europea ha superado el de EEUU; asimismo, el de las economías del sur (España, por ejemplo) ha crecido más que el de las del norte (Alemania, por ejemplo), lo que ha supuesto el cierre parcial del gap existente entre esos países.
En relación a la segunda pregunta, el término “decepción” no me parece adecuado. Procede más bien referirse a los inevitables resultados de un proceso de integración regional crecientemente gobernado por los mercados y las grandes corporaciones. En este sentido, el equilibrio entre instituciones, con vocación redistributiva y mercados, que pretendía ser el ADN de la construcción europea, a diferencia de las dinámicas de globalización, se ha desnivelado –cabe decir que se ha roto– a favor de los segundos. En otras palabras, las instituciones y las políticas europeas han sido capturadas por las grandes corporaciones y los grupos de presión que articulan sus intereses. En este apartado dedicado a las “decepciones” hay que apuntar que, si bien ha existido convergencia nominal y en términos de crecimiento, como acabo de señalar, las disparidades estructurales, las que aluden a las capacidades productivas, tecnológicas y comerciales, han aumentado, no sólo entre países sino también dentro de cada uno de ellos. Este hecho fundamental, pues nos remite a una de las causas de la crisis económica, es uno de los grandes pasivos de la construcción europea en el ámbito económico.
Miren Etxezarreta (ME): La UE es un proyecto ampliamente publicitado presentándolo en las líneas que se señalan en la pregunta como una aspiración de avance hacia la cohesión y la solidaridad de las poblaciones europeas. Me temo, sin embargo, que en gran parte esta imagen responde a los embellecimientos comunes del ejercicio publicitario. No se puede olvidar que la que hoy llamamos UE tiene su origen remoto en el interés de EEUU en reforzar ciertos países en Europa, en la necesidad de reestructuración de los grandes capitales europeos tras la segunda guerra mundial y en la exigencia de competir con la creciente internacionalización de empresas de otros países, especialmente EEUU y Japón. Hay que tener en cuenta que en su inicio fueron sólo los seis países más potentes del continente los que la formaron, con un objetivo claramente económico y que la hoy UE fue conocida como «Mercado Común» y «Comunidad Económica Europea», reflejando su naturaleza y objetivo, consistente principalmente en la reestructuración de los capitales, la voluntad de integrar a la Alemania Occidental y la de establecer un ámbito económico que reforzara el ámbito europeo en una situación de guerra fría y de competencia.
Su imagen se idealizó mucho más tarde. La UE como una agrupación conducente a una comunidad más o menos humanista es una imagen muy posterior cuando tras sucesivas ampliaciones se ha intentado legitimarla y tratar de presentarla como una iniciativa de hondo calado humano. Cosa que no ha sido ni es.
En su primera etapa –los años sesenta– se dedicó a establecer las estructuras organizativas que necesitaba y tenía una filosofía más conducente a una integración económica ligera. Se crearon en las dos primeras décadas de su existencia los Fondos Estructurales –Fondo social europeo, Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), Fondo Regional y la PAC (Política agrícola comunitaria)– que parecían orientadas a aproximar las diversas realidades nacionales. Se discutía también el importe del presupuesto –la iniciativa Werner planteaba un presupuesto de entre el 5-7% de la riqueza comunitaria de entonces. Diría que en un principio la idea de cohesión y solidaridad fue mayor que a partir de la crisis de los setenta y, especialmente a su final, cuando la Comunidad Económica Europea, bajo los auspicios de una política económica fuertemente cambiante en todo el mundo occidental asumió las políticas económicas neoliberales que se han convertido en su línea desde entonces.
A pesar de las aparentes ampliaciones de los ámbitos a los que se dedica la Unión, no veo avances en su planteamiento. Y tampoco me parece adecuado hacer referencia a decepciones pues todo depende de que se espere de la misma y es difícil esperar mucho si se tiene en cuenta el origen y verdadero carácter de la iniciativa. Diría que la Unión sigue la ruta que se marcó desde el principio y, sobre todo, desde fines de los setenta y principios de los ochenta. Si al principio se expresó más su carácter idealista pronto en los setenta quedo claro su verdadero carácter de iniciativa conducente a establecer un ámbito neoliberal altamente competitivo.
LV y MDD: En los últimos años han sido recurrentes las críticas al proyecto de la Unión Europa, y concretamente a la Unión Económica y Monetaria, subrayándose especialmente las deficiencias institucionales, las asimetrías estructurales que genera o el posible desmembramiento de la integración. En vuestra opinión, ¿cuáles son los principales problemas que enfrenta la Unión Europea del presente? ¿Hay margen para su corrección?
AG: La integración supranacional en Europa no ha sido un camino rectilíneo. Sesenta y ocho años de historia tras la creación de la primera de las tres comunidades europeas nos muestran una evolución a golpe de crisis y saltos hacia delante. Movimientos de reacción que en lugar de solucionar los déficits democrático y social que la UE traía de partida los han ido agravando, hasta el punto que ya muchos se preguntan de manera abierta si Europa vive en permanente crisis o si es en sí misma el motivo de la crisis.
Pero lo cierto es que, a pesar de todas las tensiones, la Unión había conseguido mantener su integridad y sus objetivos de partida, hasta el momento. Para ello ha venido recurriendo a distintas estrategias, que han pasado en ocasiones por no aceptar un “no” por respuesta y en otras por forzar un “sí” por diversas vías. Así, no podemos olvidar que el camino para solventar el “no” de Dinamarca al Tratado de Maastricht fue hacerles volver a votar. Algo parecido sucedió con los dos “no” de Irlanda a sendas reformas de los Tratados; diferente pero también cuestionable fue el conjunto de reacciones que se sucedieron tras el rotundo “no” del pueblo griego. Cuestión distinta, aunque igualmente efectiva, fue la gestión de lo que parecía una victoria de la ciudadanía contra un proyecto europeo que se alejaba de su control en el año 2004. Tras los dos “no” a la “Constitución Europea” de Francia y Holanda, la UE dio su gran salto adelante aprobando, sin pena ni gloria ni debate público, el Tratado de Lisboa que recogía la práctica totalidad del proyecto rechazado. En el año 2016 sin embargo, las costuras de la UE parecían abrirse en canal, no ya por los crímenes (no se pueden enmascarar bajo la palabra tragedia) cometidos dejando morir a cientos de personas en el Mediterráneo, sino por el bien conocido Brexit. Tres años después, hasta de esa crisis parece que la UE puede salir victoriosa, con un año de plazo para que un arrepentido Reino Unido vuelva a votar, según manda la tradición en la UE.
La tensión política parece volver a los cauces habituales mientras en el camino de la gestión, nunca salida, de la crisis y opacadas por el Brexit se han afianzado las desigualdades. Ahora la UE afirma apostar (según las Recomendaciones del Consejo para la zona Euro) por una corrección, recomendando el desarrollo del llamado “Pilar Social” cuya falta de innovación y consistencia ha sido criticado. La UE no necesita un “social washing” que además ya no es creíble. Mientras el Consejo afirma por un lado la necesidad de conseguir “sistemas de protección social eficaces y sostenibles; se aprueba por otro lado un impulso de los fondos de pensiones privados y se mantiene la carrera desaforada en pos de tratados de comercio e inversión que son el paradigma de la Lex Mercatoria, del asalto de las empresas transnacionales a la democracia y que van a conllevar a buen seguro un impacto sumamente negativo en nuestros modelos laborales y mercado de trabajo.
Precisamente esta trama jurídica, esta Lex Mercatoria de la que también forman parte un buen conjunto de disposiciones del derecho de la UE es lo que impide albergar esperanzas realistas en un posible cambio de rumbo de la UE. La armadura jurídica está tan refinada que una corrección (un acuerdo entre los 28 o 27 para incluir objetivos sociales comunes) se plantea como una quimera sumamente compleja o acaso imposible. Solo la conjunción de un buen número de países con gobiernos de progreso, lo que no es un escenario probable, podría intentar virar el rumbo y aun así los compromisos supranacionales están tan bien atados a nivel jurídico que el viraje sería sin duda lento y costoso. En cambio, una profundización en los postulados neoliberales, que solo se han modificado ligeramente en el papel, tiene la senda pavimentada.
FL: Es imposible contestar esta pregunta en unas pocas líneas. Diría que, haciendo una apretada síntesis, los problemas se sitúan en tres planos diferentes, que se refuerzan mutuamente.
En primer lugar, las políticas aplicadas desde la Troika –Banco Central Europeo (BCE), Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional– y los gobiernos han exacerbado los desequilibrios que estuvieron en el origen de la crisis económica: las desigualdades, la financiarización de las economías, las brechas productivas y comerciales que separan los países más y menos avanzados y una institucionalidad de la Zona Euro deficiente y al servicio de las elites económicas y políticas, de la industria financiera y de los países con mayor potencial competitivo. En este contexto de aguda problemática estructural, es imprescindible reparar en los altos niveles de deuda pública y privada y la frágil situación del sector bancario; un cambio –que ya se está produciendo y que se podría materializar en los próximos meses– en los excepcionalmente bajos tipos de interés y en la financiación suministrada por las políticas de flexibilización cuantitativa abriría un frente de tensión difícilmente gestionable.
En segundo lugar, presentan entidad propia la crisis ecológica y la regresión patriarcal. Por un lado, las políticas llevadas a cabo, no sólo en estos últimos años, ignoran y agravan el desafío civilizatorio que implica la relación depredadora e insostenible con la naturaleza del modelo de vida prevaleciente (producción, consumo, transporte, ocio). Por otro lado, las políticas implementadas, sitúan a las mujeres en el epicentro de la gestión conservadora de la crisis y las privan de derechas, reduciendo el gasto social público, que había permitido socializar una parte de los cuidados, que de este modo retornan a los espacios privados domésticos, dominados por la división sexista del trabajo.
Un tercer grupo de problemas a considerar apunta a un escenario económico y político internacional inestable y conflictivo. No se trata sólo, que también, de la desaparición o, cuando menos, pérdida de intensidad de los denominados “vientos de cola” (reducción del precio del petróleo o depreciación cambiaria), que han tenido un efecto indudablemente positivo sobre la actividad económica en términos de crecimiento. Europa se ve sacudida y amenazada por el aumento del proteccionismo, la volatilidad cambiaria. La aplicación de políticas no cooperativas y la pugna por acceder a recursos escasos.
Tampoco la pregunta de si existe margen para su corrección es fácil de despachar en unas pocas líneas. La constitucionalización de las políticas económicas conservadoras –un verdadero gol de estado a la democracia europea–, que de esta manera han pasado a formar parte de los tratados europeos y la exigencia de unanimidad para su reforma es una importante restricción a la hora de promover otras políticas. En un sentido más amplio, los parámetros donde habitualmente se sitúa este asunto apuntan, centralmente, a las instituciones, como si estuvieran desconectadas de los intereses que las sostienen y las condicionan. Así, cuando se habla de la institucionalidad con que surgió la moneda única, los términos utilizados son “déficits, carencias, errores…”, siendo los menos los análisis que apuntan a los intereses oligárquicos que imponen un determinado marco institucional, funcional a los mismos. Sin embargo, necesitamos una aproximación con estos mimbres para entender la orientación, sesgada, de las reformas realizadas en estos últimos años y las que han sido postergadas; por ejemplo, la parálisis de la Unión Bancaria, la centralidad otorgada al Mercado Único de Capitales y el Fondo Monetario Europeo, el imperativo de los ajustes presupuestarios y la imposición de una estricta condicionalidad macroeconómica. La articulación de intereses, políticas e instituciones es clave para entrar en el debate sobre la existencia de márgenes de maniobra, o su ausencia, y dar una medida de las resistencias a vencer y de los ganadores de la construcción europea. Aclarada esta importante cuestión, conviene puntualizar que el actual marco institucional ha sido utilizado, bajo la preeminencia de Alemania y de su zona de influencia, en su vertiente más conservadora. Al menos en teoría, hubiera sido posible, por ejemplo. otra actuación por parte del BCE y del Banco Europeo de Inversiones.
ME: Hay varias, principalmente dos, maneras de criticar la UE: una, sobre la base de su propio planteamiento o filosofía y, dos, desde la óptica del bienestar de la mayoría de la población europea. Las críticas y los resultados son bastante distintos según el enfoque por el que se opte.
Sobre la base de su propio planteamiento se crítica mucho que está mal organizada, deficientemente establecida, etc., junto a la mala estructura del euro y sus consecuencias sobre todo en los países más débiles, su amplia y profunda burocracia y la pérdida de soberanía que implica para los países miembro, entre otros aspectos; respecto al enfoque desde la óptica del bienestar de la población creo que el problema mayor es que las poblaciones de los países de la Unión, especialmente los del sur, pero también otros (el Reino Unido por ejemplo), las poblaciones han percibido que la UE es muy poco eficiente para sus objetivos y su bienestar sino que tiene más bien consecuencias negativas (programas de ajuste y austeridad). En consecuencia, la UE está sometida crecientemente a una puesta en cuestión de su existencia y una importante falta de legitimación, Por lo menos en el Estado español la (errónea) opinión mayoritaria respecto a la UE oscila entre una cierta “creencia” (literalmente) a que es beneficiosa, fruto de los años de propaganda positiva, y la ignorancia de su existencia. La gran mayoría de la población del país no le concede mucha importancia como elemento activo en su situación, sino que la considera un ente lejano, que puede ser positivo a veces en los grandes aspectos (contaminación y medio ambiente) pero muy poco relevante en cuanto a su incidencia en la situación cotidiana de la población. No obstante, cada vez son más, también, los grupos minoritarios que la consideran responsable de los recortes en los derechos del Estado del Bienestar.
¿Hay margen para su corrección? Lo hay en tanto en cuanto socialmente siempre hay margen para el cambio si la mayoría de la población lucha por lograrlo. Pero si nos referimos solamente a si hay margen dentro de la evolución actual y previsible, se puede decir que hay muy pocas posibilidades, pues todos los indicadores van en la dirección contraria: La UE se ha convertido en un poder en declive frente a los países dominantes del mundo, sigue empeñada en sus programas neoliberales, una parte importante de países tienen gobiernos de derecha e incluso de extrema derecha, la competencia con EEUU, China y el resto del mundo se intensifica y la línea de desarrollo parecen seguir siendo la competencia y el rigor… Y su actuación frente a aspectos humanitarios como la inmigración son de una gran crueldad. Únicamente parece que a sus dirigentes empieza a preocuparles un poco la magnitud de la desigualdad y la pobreza, porque puede dar lugar a explosiones sociales, por lo que parecen inquietarse, pero no hay mucha muestra de medidas concretas que enfrenten dichos problemas. Sólo una mayoría de las poblaciones, con ideas claras sobre lo que pretenden de la Unión, podría alterar esta dinámica y conducirle a un cambio real. Desgraciadamente no me parece un fenómeno próximo.
LV y MDD: Al tiempo que se cuestiona la validez del proyecto comunitario, surgen importantes desafíos a escala global (cambio climático, migraciones forzosas, el auge político de la ultraderecha, la llamada IV Revolución Industrial, etc.) que exigen un posicionamiento por parte de Europa. En ese sentido ¿qué valoración te merece la posición de la UE respecto a estas cuestiones? ¿Qué Europa saldrá de estas pugnas?
AG: La respuesta a los grandes retos humanitarios y democráticos que se han evidenciado con toda la crudeza en los últimos años ha sido insuficiente. Precisamente en las áreas donde la población pide “más Europa”, como es la intervención social, la adecuada respuesta a la llegada de personas refugiadas o la reacción común y adecuada frente al neo-fascismo, se producen los principales errores.
Todos los errores tienen consecuencias y una de las más graves, ya claramente anunciada en la última legislatura del Parlamento Europeo, va a ser la conjunción de las fuerzas de extrema derecha aglutinadas bajo un eje fundamental: la xenofobia y el rechazo a la inmigración. Aun cuando se evidencias diferencias entre los distintos partidos, en particular de carácter cuantitativo en el discurso más o menos euroescéptico, lo que parece evidente va a ser la estructuración de un eje xenófobo que puede aglutinar a un número elevado de europarlamentarios/as en Bruselas.
FL: En términos generales, los grandes desafíos estructurales que se señalan en este bloque y otros que he apuntado anteriormente, no se están abordando o las políticas implementadas son claramente insuficientes o las respuestas son erróneas. Las políticas de ajuste presupuestario, de represión salarial y las reformas estructurales basadas en el “todo mercado” ocupan el grueso de la agenda y de los esfuerzos comunitarios, supeditando cualquier otra consideración al cumplimiento de estos objetivos. Poco o nada se hace al respecto del cambio climático o la crisis de los refugiados; salvo en este caso levantar muros y pretender echar un candado sobre las fronteras comunitarias, vulnerando todos los acuerdos internacionales en materia de asilo y derechos humanos. Y tampoco en lo que concierne a la reducción de la desigualdad, la corrección de las fracturas productivas, la concentración de la estructura empresarial, el predominio de las finanzas o la equidad de género. Las políticas aplicadas, por acción o por omisión, agravan esta problemática.
Mención aparte merece el generalizado e intenso ascenso de la extrema derecha, que ha encontrado un importante caladero de votos en la quiebra de confianza de un amplio sector de la población en las políticas y los políticos que han gestionado la crisis. Una parte de la desafección derivada de esta situación la están capitalizando estos partidos. Levantar la bandera de Europa o incluso de más Europa, manteniendo en lo fundamental las constantes de la actual, no será suficiente para frenar a la derecha extrema, que, cada vez más, marca la agenda y la hoja de ruta (por ejemplo, en el tema de las personas migrantes y refugiadas).
En cuanto al resultado de estas pugnas, la Europa que realmente está saliendo ya es una Europa oligárquica y autoritaria. Situándome más allá de las instituciones, enfoque que reivindico con fuerza, el capitalismo que emerge de la crisis (cuya superación está lejos de haberse alcanzado, a pesar de la leve mejora de algunos indicadores económicos) refuerza su perfil extractivo, confiscatorio de renta y riqueza de la población y de los espacios públicos y de recursos de la naturaleza. La pugna, la rivalidad y el poder son claves en este escenario, que ya se ha abierto y que perdurará en el tiempo. Hay que precisar, en cualquier caso, que nada está escrito. Que se abran paso otras políticas dependerá de la capacidad de las fuerzas del cambio para imponer un relato sustancialmente diferente del dominante y para intervenir a escala local, estatal, europea y global con el objetivo de poner los cimientos de Otra Europa.
ME: Creo que gran parte de esta pregunta está respondida en la segunda parte de la anterior. Pero hay que distinguir entre los temas: probablemente la Unión Europea intentará hacer algo respecto al cambio climático –hoy en día es más activa positivamente que EEUU, por ejemplo– y a la IV Revolución Industrial, por su interés en mantenerse competitiva a nivel global, pero me temo que será mucho más contemporizadora con la ultraderecha y seguirá siendo agresiva y cruel con las migraciones. Se está produciendo un movimiento hacia la derecha en la escena político- social mundial y la UE no es una excepción.
LV y MDD: El caos del Brexit en UK es quizás el momento más álgido de las tensiones y cuestionamientos que vive actualmente el proyecto europeo. ¿Consideras que esta situación condicionará, y de qué manera, el futuro de Europa? ¿Sería posible que el caso del Brexit generase un efecto dominó sobre los demás países o son muy pocos los que podrían plantearse realísticamente la salida?
AG: El Brexit condiciona plenamente el presente y el futuro de Europa, aun cuando se acabe anulando el proceso en un hipotético segundo referéndum, la idea de la UE como club del que no se puede salir, de la UE como demos en construcción permanente se ha roto. El posible fracaso del Brexit no invalida por tanto esta crisis de legitimidad de la tan publicitada ciudadanía europea pero probablemente desincentive las intenciones de otros estados de seguir esta línea. De hecho, tendencias fuertemente centrífugas como la de la extrema derecha francesa se han reposicionado, junto con Orban, en un discurso mucho menos “antieuropeo” para moverse en el ámbito de la no salida del euro, evitando así la presencia de elementos duros en la campaña electoral.
En cualquier caso, lo cierto es que la opción por la salida es sumamente compleja, más aún para los países de la zona euro. Las condiciones que han permitido que Reino Unido llegue a esta decisión son difícilmente repetibles.
Como cierre cabe traer aquél célebre discurso que, en el Colegio de Europa de Brujas desde donde se escribe este post, pronunció en 1988 Margaret Thatcher.[1] La dama de hierro planteó su visión de la UE basada en la consecución de tres objetivos comunes: maximización del libre comercio, primacía de la integración en el ámbito económico y adopción de métodos de decisión intergubernamentales. Para haber sido considerada una euroescéptica, lo cierto es que su receta parece haber tenido éxito.
FL: Cuando se escriben estas líneas, todos los escenarios al respecto del Brexit (la salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido) están abiertos, habiéndose fijado un nuevo calendario para determinar las condiciones en que se producirá (Brexit duro o blando); si bien lo más probable es que se aplique alguna fórmula de acuerdo negociado entre el gobierno británico y las autoridades comunitarias, o que se convoque un nuevo referéndum, que, de celebrarse, posiblemente mantendría al país dentro de la UE. Cualquiera que sea la alternativa adoptada, el mensaje lanzado desde Bruselas es que la salida unilateral de la UE no es viable, por compleja y costosa. El bucle en que ha estado encerrado el debate político ha contribuido a reforzar esta percepción, por no hablar del papel desempeñado por los grandes medios de comunicación que han puesto lo suyo en alimentar la ceremonia de la confusión. En este contexto, el debate sobre las grandes encrucijadas de la economía británica –como, por ejemplo, el estancamiento de los salarios, el aumento de la desigualdad y la fractura social, la débil tributación de las rentas y patrimonios altos, el fraude fiscal, la desindustrialización del país, el creciente peso de la industria financiera…– han quedado postergados. Diría que a los responsables comunitarios les viene bien que este tipo de asuntos no entren de lleno en la agenda; también ellos ignoran estas y otras cuestiones, que deberían estar en el centro del debate europeo. Por lo que acabo de señalar, no creo que el Brexit tenga un efecto dominó sobre el resto de países comunitarios. Más bien lo contrario, invita a un cierre de filas ante un escenario tan perturbador, amenazante e inestable como el representado por el Brexit. Pero considero un error de bulto zanjar que de esta crisis sale una Europa más robusta y unida; del mismo modo que es un error suponer que levantar la bandera del europeísmo frente al ascenso de la extrema derecha refuerza el proyecto europeo. Las inercias desintegradoras están muy presentes, de hecho, cada vez tienen más fuerza (en estos breves comentarios he mencionado algunas de las que me parecen más significativas). Cabe imaginar, desde luego, que una nueva y devastadora crisis ponga contra las cuerdas los pilares institucionales y las políticas de la Europa actual, lanzando una dinámica desintegradora de imposible control.
ME: Creo que el Brexit tendrá menos importancia real en la UE de lo que parece por las amplias campañas de los medios de comunicación. El Reino Unido ya estuvo fuera de la UE hasta 1973 y no fue catastrófico. Supondrá un ajuste, fuerte en aquel país, menor en los demás miembros, pero no catastrófico y el futuro de la UE continuará su ruta.
No me parece que el Brexit conduzca a generalizar las salidas. Si en algunos países, ciertos grupos sociales piensan en salir de la UE (Grecia, España) no me parece que es por el Brexit sino por las consecuencias negativas que les parece que causa la pertenencia a la UE. De todos modos, la experiencia del Brexit demuestra que no es tan sencillo salir de la UE, aunque se tengan todos los apoyos legales del país que quiere salir.